Arquetipos -c.k.williams.-

 A menudo, antes de que nuestros dedos se toquen en el sueño o se entrelacen en la duermevela, a menudo, he sido consolado en mis sueños por esa presión suave y delicada,

pero esta mañana, cuando desperté, tu mano yacía en la mía en una posición ajena desconocida, y se veía tan extrañamente externa a mí, distante, un objeto cuyo peso preciso, volumen y forma nunca había advertido:

su piel tensa, resistente, sus almohadillas densas, la compleja y sutil estructura, con delicados y elegantes acordes de hueso, alineados como columnas en un templo.

 Tus dedos empezaron a moverse en ese momento, en tensiones y distensiones breves e irregulares;

Sentí como si tu mano tratara de agarrar una criatura volátil, efímera. Luego, y con un movimiento rápido, fiero, la sacudiste. Te apoyaste en manos y rodillas y te quedaste ahí, con las palmas de las manos en la cama, el pelo enredado bajo tu cara, hasta que, con un suspiro burdo, casi como un rugido, te dejaste caer y te quedaste quieta: tus manos firmes sobre tu pecho, tu cabeza de espaldas a mí, prohibida - pensé- por lo que hubiera sido que te elevó a ese agazaparse desafiante.

Esperé, con la ilusión de que despertaras, te giraras y me abrazaras. Pero te quedaste en tí misma, y sentí de nuevo lo separados que estamos todos el uno del otro; cómo incluso nuestras pasiones, que parecen darle cuerpo a unidades atemporales, curan solo las divisiones más benignas; que, para nuestros terrores más permanentes y antiguos, cada uno tiene que encontrar su propio valor.

Ahora respirabas más suave, sin embargo; Me animé, te abracé, y como si nada hubiera pasado, abriste los ojos, me sonreíste, 

y murmuraste - qué casi sorprendente escuchar el sonido de tu voz real- 

"duerme, amor".


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