1. Tu mano (v.II 300125)
Aprieta mi mano.
Es suave como el chal de algodón
que tejió en crochet,
ese en el que me arrullaba.
Es un poco más frágil,
un poco más mullida.
Mano que acaricio
mientras la sonda entra.
La piel se le va a quebrar en cualquier momento.
Tiene la misma textura
del papel mantequilla
después de haber sido mapa hídrico,
o de esos que conservo en el baúl,
con flores y animales
que adornaron sábanas y ajuares.
Cierra los ojos y trata de pasar el líquido,
que igual va a terminar en la bolsita
que reposa en su pecho.
(¿Cuándo decidió dejarse las canas
y olvidar los rulos?)
Siempre he observado el movimiento de sus manos:
El hilo entre los dedos,
que se cierran y se abren al paso
de la naveta de frivolité,
los golpecitos en la espalda de los nietos,
la forma en la que cortaba las rosas,
el paso de las cuentas del rosario…
Teje y piensa,
teje y habla,
teje y cría.
(Ayer me regalaron margaritas, abue.)
La imagen nunca es.
Es un compendio que
una vez en el papel
se desvanece.
Inhabilidad mía.
Como el hilo, que una vez ensartado
ya no es sino juntura,
cadena,
margarita,
camisón.
(Esa es tu mano ahora. Una caricia.)
La tibieza de la mano áspera
sobre mi pelo enredado y quinceañero,
la desnudez mientras te bañamos,
mientras te alzo en mis brazos
con miedo y con la certeza de la última vez,
la tristeza de los edificios
en el que era nuestro humedal.
Algunas mujeres nacen para escribir,
otras para construir puentes y armar edificios.
Las hay quienes cantan y quienes matan.
Yo nací para preguntarme
cómo es que trepar un árbol,
tocar periódicos del diecinueve,
o caminar, incluso,
te troca en María, en bosque, en mí.
Es azul el cielo mientras mueres.
Queda el rastro blanco de las nubes.
Yo llego a Bogotá,
tu mano a todas partes.
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