Pro fémina - Carolyn Kizer
Uno
De Sapho a mí misma, considero el destino de las mujeres.
¡Qué poco femenino discutirlo! Como un corbatín de cabuya o de albatros.
Clínicamente nos llaman "bragueta de armar".
No escuches estos epítetos; yo misma he libado algunas mieles.
Juvenal nos apartó por nuestros defectos
Que crecieron, también, por el aislamiento:
Mujeres que abusaron de sus esposos, los traicionaron, incluso planearon
envenenarlos. Sintiendo, tras la violencia de su trato,
("¿Crees que estoy loco o borracho?") su inversión emocional,
Mientras perdonamos a Strindberg y a Nietzsche, perdonamos a todos
los que no nos olvidan. Somos hienas. Si, lo admitimos.
Mientras los hombres debaten cortésmente el libre albedrío, nosotras lo hemos rugido,
Rugiendo aún, siguiéndole el ritmo a los siglos, heroínas trágicas.
Algunas, que se sentaron calladamente con su bordado en la esquina
fueron Defarges, acuchillando la lana con los nombres de sus antiguos
opresores, que gobernaron por el divino derecho masculino.
¡Me impacientan las interrupciones! Tengo claro que millones
enmudecieron por cada Santa Juana o Jane Austen canonizada,
quienes, con la mirada perdida y condescendiente, alabaron a Dios, el hombre.
No me preocupo por esas insensatas, ni femeninas siquiera
pero sí castradas por el trabajo. Me refiero a las mujeres reales, como tu y como yo.
Liberadas en los hechos, mas no en las costumbres, relevadas del surco y del lavadero,
Sin la obligación, ahora, de ser la olla para el puchero anual,
¿Hemos empezado a llegar a tiempo? Con nuestro ya conocido
respeto por la vida porque duele tanto vivirla;
Desdeñosas de la "soberanía", el "honor nacional" y otras abstracciones;
Podemos decir, como los antiguos chinos a las sucesivas olas invasoras:
"Relájense, y déjennos asimilarlos. Puede que aprendan templanza
en un clima más cálido". Dennos sólo unas pocas décadas
de gracia, para incitar al fino arte del consentimiento
Y quizá podamos salvar la raza. Mientras tanto, observen nuestro caos creativo,
Flujo, florescencia- ¡como sea que quieran llamarlo!
Dos
Me apropio del tema de "la mujer independiente",
Independiente pero mutilada: mira los corbatines urgentes
asfixiando escritoras violetas; los pantalones tristes de matronas con caras punteadas;
Intelectuales índigo, de pelo corto y pulgares llenos de callos,
gafas lindas, cutículas mordidas, superadas por bellezas de tiempo completo
en la carrera por un hombre. Retirándose a la monotonía, a los malos modales,
y a dormir con manuscritos. Perdonen nuestras transgresiones
de antiguas galanterías mientras nos enganchamos a nuestras sillas, prendemos nuestros propios cigarrillos,
sin esperar su cuidado, habiéndolo perdido en el camino de la venganza.
Pero necesitamos confianza, dulzura y buenos tratos.
Los hombres también, algunas veces. ¿Por qué no lo admiten?
Seremos vacas por un tiempo, porque los bebés nos requieren,
así seamos gatitas o perras que quieren comer pasto una que otra vez
por salud. Pero el rol de la heroína pastoral
no es permanente, Jack. Queremos volver al trabajo.
Tejiendo botines y cejas, tártaras o termagantes, antiguos
símbolos de fertilidad, encadenadas a nuestro ciclo, liberadas
sólo parcialmente por elementos de higiene y delicadeza personal,
amarradas a nuestras fajas, amarradas, aunque enaltecidas por las
construcciones ingeniosas del hombre, peinándonos de prisa,
cojeando y arropadas por caprichos, tropezándonos en femeninos
zapatos de tacones tontos, perdiendo nuestros labiales, tu, yo
en medias efímeras, apretando nuestras carteras y paquetes.
Nuestras máscaras, siempre en peligro de mancharse o agrietarse,
necesitando ser revisadas continuamente en el espejo o la platería,
nos mantienen esclavas de nosotras mismas, preocupadas de lo superficial.
¡Miren, la uniforme monotonía del hombre, su envoltorio impersonal!
Sobre hombros dóciles o muñecas cobardes, una seguridad formal, de fibra dura.
El manto masculino está diseñado para lograr el propio olvido.
Así que, hermana, de vez en cuando olvídate a ti misma y mira a dónde lleva ese camino:
a la cima de la colina, sola con tu talento, sin nada más.
Puedes esperar la menopausia, y terminar el libro abandonado.
Ve, acicala, adorna, atavía, afeita, y alaba tu carne,
¡Toda pose! ¡Toda seducción! ¡Toda sensibilidad!
Mientras tanto, ¿has usado tu mente hoy?
¿Qué granada te resucitó de entre los muertos,
floreciendo, totalmente madura, de tu propia cabeza, Atenea?
Tres
Voy a hablar de mujeres de letras, pues hago parte de ese equipo.
¿Nuestro mayor éxito hasta la fecha? Viejas doncellas a mujeres.
¿Y nuestro más llamativo y triste fracaso? Las solteronas casadas
que, en préstamo a sus esposos, los trataron como padres sustitutos.
Piensen en esa cuadrilla autocompasiva, no muy lejana,
que cargó la antorcha ella misma y quedó con quemaduras en primer grado.
O en las sonetistas tristes, de tés y medias-nueves que amábamos en nuestra pubertad;
Vírgenes de mediana edad seduciendo antologistas pueriles
a través de la lujuria mental; Camilas ahogadas en barbitúricos
con periodos continuos, murmurando suavemente en sofás
cuando la poesía no era un arte sino un efluvio enfermizo,
un aire pesado de incienso, perfume, y chantaje emocional.
Supongo que reaccionaron a esa vieja humildad femenina
en la que demasiadas chicas traicionaron su hermandad herida,
impugnando nuestro sexo para quedar bien con los hombres,
que empezaban con su fanfarronería insegura. ¡Cómo debieron haberse pavoneado
cuando las mismas mujeres avalaron su propia inferioridad!
Vestales, vasallas, y vasijas, dobladas varias veces,
tomaron notas en silabarios rodantes, en álbumes cuidadosos,
esperando complacer una posteridad que las desprecia.
Pero siempre tendremos traidoras que juraron que una mujer renuncia a
su Función Suprema, al equiparar Arte con agresión
y fracaso con Feminidad. Sin embargo es tan injusto
equiparar Arte con Feminidad, como pensar que es un bien bellamente empacado
cuando somos las custodias del secreto mejor guardado del mundo:
Las vidas privadas de la mitad de la humanidad, nada más y nada menos.
Pero incluso bajo la dominancia masculina, nosotras, potras y amas
creamos algunos elegantes saboteadores, haciendo grietas
que los inocentes hombres de la época se demoraron en identificar,
confundiendo jóvenes avispones con abejorros perfectamente inofensivos.
Pensarse inocuas despertó en algunas mujeres el delirio;
Trataron de ser desagradables, imitando las formas del hombre
y lo lograron. Maldijeron, fumaron cigarros e incendiaron cubrelechos,
tomándose el trago puro, con los ojos tapados, henchidas de vanidad
en la expectativa de alcanzar la gloria: ¡Escribe como un hombre!
Esto enfureció a otras mujeres en una niebla de chifón.
(Una poetisa cubrió sus vestidos con franela roja: una feminista práctica.)
Pero estamos emergiendo de todo eso, más o menos,
excepto por algunas damiselas rezagadas y sacerdotisas de Magazín
que azotan hombres por diversión, y patean mujeres para reducir la competencia.
Ahora, aunque nos esforzamos anormalmente casi que nos vemos normales;
Si sumergimos nuestra autocompasión en trabajo disciplinado;
Si resistimos y somos odiadas, y juramos no dormir con editores;
Si nos juzgamos correctamente, respetando nuestras verdaderas limitantes
sin hacer del descongelamiento de nuestros valores un indecoroso espectáculo;
Manteniendo nuestras cabezas y orgullo mientras permanecemos solteras.
Y si nos casamos, matamos la culpa en el mismo camino en el que acumulamos la loza
y la olvidamos para ir al teclado. Y si somos madres, creemos en la suerte de nuestros hijos,
a quienes prohibimos devorarnos, a quienes no devoraremos,
y en la suerte de nuestros esposos y amantes, que tienen mujeres libres.
Pro femina
ONE
From Sappho to myself, consider the fate of women.
How unwomanly to discuss it! Like a noose or an albatross necktie
The clinical sobriquet hangs us: codpiece coveters.
Never mind these epithets; I myself have collected some honeys.
Juvenal set us apart in denouncing our vices
Which had grown, in part, from having been set apart:
Women abused their spouses, cuckolded them, even plotted
To poison them. Sensing, behind the violence of his manner—
“Think I'm crazy or drunk?”—his emotional stake in us,
As we forgive Strindberg and Nietzsche, we forgive all those
Who cannot forget us. We are hyenas. Yes, we admit it.
While men have politely debated free will, we have howled for it,
Howl still, pacing the centuries, tragedy heroines.
Some who sat quietly in the corner with their embroidery
Were Defarges, stabbing the wool with the names of their ancient
Oppressors, who ruled by the divine right of the male—
I’m impatient of interruptions! I’m aware there were millions
Of mutes for every Saint Joan or sainted Jane Austen,
Who, vague-eyed and acquiescent, worshiped God as a man.
I’m not concerned with those cabbageheads, not truly feminine
But neutered by labor. I mean real women, like you and like me.
Freed in fact, not in custom, lifted from furrow and scullery,
Not obliged, now, to be the pot for the annual chicken,
Have we begun to arrive in time? With our well-known
Respect for life because it hurts so much to come out with it;
Disdainful of “sovereignty,” “national honor;” and other abstractions;
We can say, like the ancient Chinese to successive waves of invaders,
“Relax, and let us absorb you. You can learn temperance
In a more temperate climate.” Give us just a few decades
Of grace, to encourage the fine art of acquiescence
And we might save the race. Meanwhile, observe our creative chaos,
Flux, efflorescence—whatever you care to call it!
TWO
I take as my theme “The Independent Woman,”
Independent but maimed: observe the exigent neckties
Choking violet writers; the sad slacks of stipple-faced matrons;
Indigo intellectuals, crop-haired and callus-toed,
Cute spectacles, chewed cuticles, aced out by full-time beauties
In the race for a male. Retreating to drabness, bad manners,
And sleeping with manuscripts. Forgive our transgressions
Of old gallantries as we hitch in chairs, light our own cigarettes,
Not expecting your care, having forfeited it by trying to get even.
But we need dependency, cosseting, and well-treatment.
So do men sometimes. Why don’t they admit it?
We will be cows for a while, because babies howl for us,
Be kittens or bitches, who want to eat grass now and then
For the sake of our health. But the role of pastoral heroine
Is not permanent, Jack. We want to get back to the meeting.
Knitting booties and brows, tartars or termagants, ancient
Fertility symbols, chained to our cycle, released
Only in part by devices of hygiene and personal daintiness,
Strapped into our girdles, held down, yet uplifted by man’s
Ingenious constructions, holding coiffures in a breeze,
Hobbled and swathed in whimsy, tripping on feminine
Shoes with fool heels, losing our lipsticks, you, me,
In ephemeral stockings, clutching our handbags and packages.
Our masks, always in peril of smearing or cracking,
In need of continuous check in the mirror or silverware,
Keep us in thrall to ourselves, concerned with our surfaces.
Look at man’s uniform drabness, his impersonal envelope!
Over chicken wrists or meek shoulders, a formal, hard-fibered assurance.
The drape of the male is designed to achieve self-forgetfulness.
So, Sister, forget yourself a few times and see where it gets you:
Up the creek, alone with your talent, sans everything else.
You can wait for the menopause, and catch up on your reading.
So primp, preen, prink, pluck, and prize your flesh,
All posturings! All ravishment! All sensibility!
Meanwhile, have you used your mind today?
What pomegranate raised you from the dead,
Springing, full-grown, from your own head, Athena?
THREE
I will speak about women of letters, for I’m in the racket.
Our biggest successes to date? Old maids to a woman.
And our saddest conspicuous failures? The married spinsters
On loan to the husbands they treated like surrogate fathers.
Think of that crew of self-pitiers, not-very-distant,
Who carried the torch for themselves and got first-degree burns.
Or the sad sonneteers, toast-and-teasdales we loved at thirteen;
Middle-aged virgins seducing the puerile anthologists
Through lust-of-the-mind; barbiturate-drenched Camilles
With continuous periods, murmuring softly on sofas
When poetry wasn’t a craft but a sickly effluvium,
The air thick with incense, musk, and emotional blackmail.
I suppose they reacted from an earlier womanly modesty
When too many girls were scabs to their stricken sisterhood,
Impugning our sex to stay in good with the men,
Commencing their insecure bluster. How they must have swaggered
When women themselves endorsed their own inferiority!
Vestals, vassals, and vessels, rolled into several,
They took notes in rolling syllabics, in careful journals,
Aiming to please a posterity that despises them.
But we’ll always have traitors who swear that a woman surrenders
Her Supreme Function, by equating Art with aggression
And failure with Femininity. Still, it’s just as unfair
To equate Art with Femininity, like a prettily packaged commodity
When we are the custodians of the world’s best-kept secret:
Merely the private lives of one-half of humanity.
But even with masculine dominance, we mares and mistresses
Produced some sleek saboteuses, making their cracks
Which the porridge-brained males of the day were too thick to perceive,
Mistaking young hornets for perfectly harmless bumblebees.
Being thought innocuous rouses some women to frenzy;
They try to be ugly by aping the ways of men
And succeed. Swearing, sucking cigars and scorching the bedspread,
Slopping straight shots, eyes blotted, vanity-blown
In the expectation of glory: she writes like a man!
This drives other women mad in a mist of chiffon.
(One poetess draped her gauze over red flannels, a practical feminist.)
But we’re emerging from all that, more or less,
Except for some ladylike laggards and Quarterly priestesses
Who flog men for fun, and kick women to maim competition.
Now, if we struggle abnormally, we may almost seem normal;
If we submerge our self-pity in disciplined industry;
If we stand up and be hated, and swear not to sleep with editors;
If we regard ourselves formally, respecting our true limitations
Without making an unseemly show of trying to unfreeze our assets;
Keeping our heads and our pride while remaining unmarried;
And if wedded, kill guilt in its tracks when we stack up the dishes
And defect to the typewriter. And if mothers, believe in the luck of our children,
Whom we forbid to devour us, whom we shall not devour,
And the luck of our husbands and lovers, who keep free women.
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