No pienses en las bombas (Benjamín Alire Sáenz)




En Bélgica, recuerdo

que llamaban a este día lunes blanco. Bélgica era mi

casa cuando estaba aprendiendo a decir Dios

y duda y fe. Bélgica era mi hogar 

cuando entré a ese país que llaman Hombre. Ahí

en la tierra en la que aprendí a enamorarme 

de aprender, el invierno que siempre se quedaba,

los días demasiado oscuros, las lluvias incesantes, golpeteando,

golpeteando - y todos soñando con el sol

y días sin camiseta. Días sin camiseta y sin zapatos.

Recuerdo: trenes, hojas, árboles. En la memoria

también esa mujer envejeciendo, cansada, que me dijo por qué

los árboles crecían rectos y altos en filas

en la tierra empapada de lluvia en Bélgica.


Recuerdo que dijo: " Sembramos

los árboles en filas cuando por fin 

ganamos la guerra". La imaginé muchacha,

acompañada de un hombre guapo. Por fin la guerra 

había acabado! Por fin! Y antes de cultivar,

sembraron árboles - los árboles que la guerra había robado 

a la tierra. "Lo que las bombas no acabaron, 

lo volvimos leña. Los trozos y ramas

nos dieron calor. La tierra estaba desnuda y acabada.

La tierra hedía a armas y sangre y carne 

podrida. Entonces sembramos árboles. Y mientras trabajábamos

encontramos recordatorios de la guerra. Un rifle, casquillos

vacíos, restos de un hombre, una bala en 

su pecho, su uniforme hecho polvo. Llamamos al cura

y bendijimos los huesos. Era un niño! Yo sabía

que había sido un niño. Belga, inglés, francés! bhaj!

Era un niño! Lloré en la noche por todo lo 

que el mundo había perdido - luego desperté y seguí

sembrando. Y por años vimos 

los árboles crecer. Antes de que mi mamá muriera, fue

de árbol en árbol, besando hojas y ramas.

'Te volviste loca?' grité. Y ella respondió

'Estoy enamorada, por fin' Olía a hojas 

y corteza la noche en la que expiró. El día que la 

enterré, me apoyé contra un árbol y lloré. Juro, lo juro

sentí su aliento en el árbol que me sostenía"


Hoy, escucho la voz de esa mujer mientras

leo las noticias de la mañana - las noticias sobre bombas,

sobre muertes americanas, iraquíes, niños, mujeres, 

hombres. Muertos. Como π de sangre y cuerpos 

corriendo hasta el infinito. Camino afuera, el cielo está tan claro

como palabras de niñez: mamá, papá y agua. Ay!

que un día que esta sea mi única labor - sentarme

y memorizar el azul del cielo.


Ahora mejor estudio

los árboles que crecen en la arena del desierto en vez de estudiar la guerra.

Empiezo, así, a contar las hojas en las ramas

de los árboles caminantes. Se que hay guerras despertando

en todas partes. Incluso en mi corazón. No pienses

en las bombas. No las pienses, no hoy.


Paseo por mi patio,

observando las plantas. Algunas se murieron con la helada, pero

la mayoría sobrevivió. Toco y beso las hojas tiernas

y les hablo, medio perdido, medio loco,

y medio esperando que árboles y plantas

y retoños me devuelvan el beso. Puede que hoy

me besen ellas. Toco un arbusto de desierto - de flores 

amarillas que brotan como llamas, como un primer resplandor 

de la primavera. El perro corre de un lado al otro

del patio, luego se revuelca en el pasto

y se rasca el lomo. Me río y le hablo.

Las guerras están en todas partes. Voy a sembrar

otro árbol. Algo para sobrevivir a la tortura

del sol. Algo para soportar mil años

de sequía.


Toco un árbol que sembré 

hace años. Lo toco y lo toco. Ay, no pienses en las 

bombas hoy. Bésame, solo besame.


-- 

Do Not Mind the Bombs

In Belgium, I remember
they called this day White Monday. Belgium was my
home when I was learning words like God
and doubt and faith. Belgium was my home
when I entered the country called Man. There,
in that land where I’d learned to fall in love
with learning, winter always stayed and stayed,
the days too dark, the rains incessant, pounding,
pounding—and all the sleepers dreamed of sun
and shirtless days. Shirtless, shoeless days.

I remember: trains, leaves, trees. Remember
too that aging, tired woman who’d told me why
the trees grew straight and tall in rows
in Belgium’s rain-soaked earth.
I remember what she’d said: “The trees,
we planted them in rows. When the war
was finally won.” I pictured her young,
a handsome husband at her side. At last the war
was done! At last! And before they planted crops,
they planted trees—the trees the war had stolen
from the earth. “What the bombs had not destroyed,
we chopped for fuel. Their stumps and branches
gave us warmth. The land was bare and spent.
The earth, it reeked of guns and blood and rotting
flesh. And so we planted trees. And as we worked
we found reminders of the war. A rifle, empty
shells, the remains of a man, a bullet through
his chest, his uniform turning to dust. We called
the priest and blessed the bones. A boy! I knew
he’d been a boy. Belgian, English, French! Bah!
He was a boy! I cried that night for all
the world had lost—then woke and finished
planting. And through the years, we watched
the growing trees. Before my mother died, she went
from tree to tree, kissing leaves and branches.
‘Have you gone mad?’ I yelled. And she screamed
back: ‘I am, at last, in love!’ She smelled of leaves
and bark the night she breathed her last. The day I buried
her, I leaned against a tree and wept. I swear, I swear
I smelled her breath as I leaned against that tree.”
Today, I hear that woman’s voice as I
read the morning news—the news of bombs,
of all the deaths, Americans, Iraqis, children, women,
men. Dead. Like π the blood and bodies
run into infinity. I walk outside, the sky as clear
as simple boyhood words mamá, papá, y agua. Oh
for a day when this would be my only task—to sit
and memorize the blueness of a sky.
Better now to study
trees that grow on desert sands than to study war.
So I begin to count the leaves on limbs
of waking trees. I know that wars are raging
everywhere. Even in my heart. Do not mind
the bombs. Do not mind them, not today.

I wander through my yard,
examining the plants. I lost some to the freeze—but
most survived. I touch and kiss the tender leaves
and speak to them, half lost, half crazed,
and half expecting trees and plants
and shrubs to kiss me back. Perhaps, today,
they’ll kiss me back. I touch a desert bush—yellow
flowers bursting like a flame, spring’s first blaze
of light. The dog running up and down and up
and down the yard, then rolling on the grass
to scratch her back. I laugh and speak
to her. The wars are everywhere. I’ll plant
another tree. Something to survive the torture
of the sun. Something to withstand a thousand
years of drought.
I touch a tree I planted
years ago. I touch and touch. Oh, do not mind
the bombs today. Kiss me, kiss me back.

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