Amuletos
He amado un manojo de hombres.
Incontables cuerpos con brazos
que no podría definir si de mármol o de algodón,
con corazones rocosos, acuíferos y gaseosos.
Hombres que eran lugares comunes
y otros que no significaban más
que una palabra inventada en un discurso de graduación.
El rango entero de la especie, con una o dos excepciones.
Muchachos que pensaron que yo era Ítaca y musa y diosa.
Viejos que se asustaron en su propio tabú.
Músicos, historiadores, poetas, abogados, ingenieros, profesores.
No hay mucha diferencia.
Son todos distintos.
un escenario propio, lleno de letras, sonidos y argumentos.
Pedacitos de plumas que iban dejando
-como si tal cosa -
en las sillas, la cocina y el escritorio.
No saben que son amuletos, ni que lo van a ser.
Amé un par de mujeres.
De ellas lo conservo todo.
No sé qué de mi ternura es su ternura
o qué de mi paso por el papel,
mi canción o mi mirada,
es la de ellas.
De unos conservo los pedacitos rotos.
De las otras, su plenitud.
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