Cadencia
Toma uno un ritmo y no se despide de él.
Se queda atrapado en la cadencia que ahora es fácil,
hasta volverse surco en el que las letras se acomodan,
o las caricias,
o los pasos,
o la rutina del café en la mañana,
las noticias,
quebrar el huevo y la mantequilla derritiéndose en el sartén.
En ese rito, en la repetición,
un tambor marcando el vaivén,
y los pequeños descuidos:
una gota de vino en el mantel blanco
la mancha de sol y hormonas, antes en la ceja,
ahora en toda la cuenca del ojo.
Las señales del placer
de estar bajo el sol sin protector solar
los dientes amarillos y el café,
las arrugas y los gestos de incredulidad,
risa, rabia.
Surcos que muestran que no sólo las letras tienen su rito,
también el amor, el día,
el camino.
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