Hermione

Uno no tiene que ser patrona de Alejandría
ni llamarse Mefistófeles
para ser un pedacito de adoración egipcia.

Tiene que ser, más bien,
un collage de acuarela y carboncillo
en una hoja blanca,
o el reflejo de las nubes
en una acera cualquiera.

Narices, cejas y una mirada que sospecha,
excepto cuando mi mano desliza
la caricia exacta entre sus ojos,
procurando el roce justo,
la presión precisa,
el paso solo por el punto deseado.

Ser felino es reencarnar 
en diosa griega,
y necesitar que la música sea suave,
que las superficies
sean tronos 
desde donde observarnos,
súbditos eternos
de la tibieza nocturna.

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