Tránsitos.

Queda tu olor, 

sé que es una sustancia 
que transita en mi mano
y que solo espera 
un estremecimiento,
que abra la llave. 

Lo pienso por unos minutos.

Entre la memoria multidireccional 
y la profunda 
aprendí de nuevo
cómo no tener miedo. 

Es sólo un poquito,
una aguja de pino, 
algo mínimo: 
un tránsito de la palma a la fosa,
un pensar que los afectos, 
marañas enredadas 
entre biología, química 
y el reino de lo espiritual,
te acogen en la escritura, 
-quizá-
o en la valentía de mirarse al espejo
sin querer ser otra. 





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