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Ya no sé si era mi cuerpo la tierra, el río, el sol, los caminos llenos de polvo, barro y agua.

Hoy es estas paredes, estas sillas que sostienen mis nalgas cuando escribo, y que contrario a tí, permanecen. Es injusto decir eso, ahora que lo pienso mejor. No sé si el tiempo, las horas, la caricia sean temporales. No parecían la eterna dicotomía de sombra o luz.  No sé si piedras en el río, expresión de vida y musgo... haciendo del sonido sinfonía. 

Lo que sí es, es esta dulzura de las manos. Esta que como el rocío se niega a abandonarme, vidrios quebrados en mis pies y al tiempo niebla, que cae y se queda como verde en las horas que pasan. 

Es también mi cuerpo esta dureza, cáscara de semilla que se humedece en ti, en este huracán que no va a volverse canción aún. No aún. 

Nuevamente la sensación que me embota. ¿Quién dijo río? ¿Quién dijo grillo? Apenas el sonido del musgo, nuevamente el sonido del musgo empezando esta canción que se confunde con el de la tierra. La hoja en esa paciencia milenaria, en su constante caer.

No hay sino estas paredes, pálida mímesis de piedras y hojarasca.


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