Car (v/ess) ing




Ir dándole relieve, por negación, al material.

Dejar sólo lo que se quiere sellar en el corazón.

Lo demás, quitarlo, rascarlo, limpiarlo,

con más y menos paciencia

como quien aprende un camino.


Repetir hasta el cansancio

un movimiento que nos acerca, 

-nos aleja- de eso que amamos.

Cada piedra esquivada, 

cada hoja de hierba cantada,

cada fruto probado 

en ese pisar sin memoria.


La caricia -la plural-

la del paso, el paso, el paso

de la mano sobre la piel,

de la bota en el charco,

del aliento en la flauta

de la mirada en el papel

no es sino el recuerdo del mismo movimiento

"el viento sobre el lago".


La gubia en el linóleo recorre, sí,

pero va carvando lo que sobra.

Primero da forma,

luego arranca de tajo:

Las tiritas de linóleo cayendo, una a una, 

en un espiral que recuerda (¿a?) la historia.


Va uno a ver qué queda 

y recuerda otras caricias:

el cuerpo en el río, -tirita-

la mano en el grano de café -tirita-.

Va uno a ver qué queda 

y recorre el dibujo

con una tinta insoluble

a ver si se queda pegado el recuerdo

-una alquimia que lo quite del insomnio

y lo deje colgado en una pared-.





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