Aprieta mi mano. Es suave como el chal de algodón que tejió en crochet, ese en el que me arrullaba. Es un poco más frágil, un poco más mullida. Mano que acaricio mientras la sonda entra. La piel se le va a quebrar en cualquier momento. Tiene la misma textura del papel mantequilla después de haber sido mapa hídrico, o de esos que conservo en el baúl, con flores y animales que adornaron sábanas y ajuares. Cierra los ojos y trata de pasar el líquido, que igual va a terminar en la bolsita que reposa en su pecho. (¿Cuándo decidió dejarse las canas y olvidar los rulos?) Siempre he observado el movimiento de sus manos: El hilo entre los dedos, que se cierran y se abren al paso de la naveta de frivolité, los golpecitos en la espalda de los nietos, la forma en la que cortaba las rosas, el paso de las cuentas del rosario… Teje y piensa, teje y habla,...
I want a Cake-song-like-poem, one that burns my body like your Arizona eyes. Free, yet in complete anguish, with the drama allowed only in young adults, or in divorcees, or when you are a poet, or a painter— a graphic designer will do, too. I want to translate the anonymity I felt in your Mustang, or the blush my body held in my never-to-be-husband’s arms. It’s the memory of warm, quiet smoke curling in front of our house. I won’t be near those never again in my life. South Mountain is just blurry. Downtown Tempe and its river lights slip behind my heels— except for the wind while driving, and the radio telling me about a fast car. I’m just a very good scorpio never really sure about the outcomes or the incomes, but— All I know is, I need a Cake-song-like-poem to make my body burn.
I Siempre me imaginé una casa: Papá, mamá, dos hijos (una niña, un niño) portada de Cosmopolitan o Vogue por lo menos Selecciones, página central. Siempre soñé una casa con flores: pensamientos, hierbabuena, margaritas, hortensias. Rosas, no. Demasiadas espinas para tanto olor a funeraria. Un patio que rodeara la casa, y dos árboles de durazno, un jazmín, las feijoas, uchuvas, tréboles que iban a ser receta de cuanto niño llegara. Siempre pensé que iba a ser maestra jardinera: un delantal de cuadros sobre el blanco impecable de la bata jugando a la rueda con niños, colores y canción. II Nadie le avisa a uno el costo de cada imagen, el duelo de cada sueño que - inútil, además- se va escribiendo en la piel. Al principio, como en los cuentos de hadas, todo sucede con un toque de varita mágica: fiesta con los amigos en las noches y desaparecen las hortensias. El primer sueldo y se va el arcoíris que se escondía tras la casa. No te das cuenta, no duele, no se siente. ...
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