Aguadulce y carbón

La memoria es de las mujeres:
las creadoras, el origen, la cultura, la canción.
Las hijas del maíz 
lo amasan y crean muñecas, masato, mazamorra, vida:
caricia a los viajeros,
que llegarán cansados 
de Indonesia a Buenaventura,
las que ofrecen aguadulce 
mientras susurran al carbón que no queme,
y le ponen al niño todas las ollas, laboratorios imaginarios,
mientras imitan al creador, 
moldeando dulzura a imagen y semejanza.
 
La lengua es de las mujeres:
rítmicamente pilando el arroz, 
cantar de navegantes,
cuna en la tierra, 
caricia del pie sobre arena y semilla,
escuchando los llamados de las plantas y los pájaros en las mañanas:
"ya es tiempo de migrar", "ya es tiempo de sembrar"
lengua y movimiento integrados 
en un currulao con Gea
sudando ríos, 
explotando en volcanes y
riendo cien mares.
 
La magia es de las mujeres:
el aliento que aviva 
el fuego en el horno
y a una palabra nuestra, 
las partículas devienen sonrisas o llantos.
Confiamos en que el olor del jazmín 
va a colorear los sueños,
y que el amargo del poleo 
acaricia un vientre cansado.
Le cantamos al café de la mañana,
y con nuestras manos calmamos dolores 
- de espalda o rodilla-.
 
El olvido, en cambio...
escribe bibliotecas enteras 
antes 
de que desaparezca la razón,
empaca las semillas planeando el futuro,
acumula sonidos,
crea religiones,
ritualiza la necesidad
y se inventa velas y motores.
Categoriza, hace inventarios,
pregunta por el dolor,
cuando lo simple sería 
cerrar los ojos, respirar bajito,
sentir el aire en la piel,
juntos 
hogar y cerbatana,
sinfonía y catedral.





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