Medio tabaco atrás
I
Tenía 23.
Después de un viaje de más de doce horas
miraba, embobada, las nubes viajando bajo la panga.
Como la canción de Montaner, me sentía
Inmortal
Todopoderosa
Iluminada
Eterna.
Todo excepto tranquila.
Como siguiendo los pasos de
una crónica de Molano
caminé los llanos, entre pastizales y pueblos
habitados por pedros, dolores y migueles.
Acompañando sombras revisaba, sin inmutarme,
cuántos ecos cabían en cada casa, en cada cuarto
uno, la cuna en el centro
dos, un zapatito caído, justo al lado
tres, una mancha de sangre seca
cuatro, la ropa y el almanaque Bristol
cinco, un tarro de talco, todo en el suelo
seis, siete, siete, siete casquillos.
En el patio de la escuela improvisamos una iglesia.
La tarde, las cenizas en la frente, la palabra:
"Polvo eres y en polvo te convertirás".
Un caballo pastando en lo que debió haber sido un campanario
mientras compartíamos carambolos y sancocho
a falta de vino y pan.
II
Decía Margarita Rosa que uno es un personaje siempre.
En este caso, el personaje sabía que era posible no volver.
Que era mejor ir con botas.
Que nuestro escudo era eso
que protegíamos con un pañuelito blanco.
Que, indudablemente, nos protegía también.
El guión instruía sobre la conciencia del suelo,
pero, en el trabajo previo,
se construía la seguridad del deseo
de habitar ese cuarto en la escuela
reservado para la maestra,
con gallinas, huerta, y un horizonte
nunca visto en la capital.
Escenario ahora
con paredes agujereadas
y los techos caídos.
Y la soñante,
con las axilas llenas de puntitos rojos
en busca del mejor pliegue,
o con los ojos llenos de avisos
de "Muerte a los acecinos. AUC".
Es que la personae
se iba al río con un balde y jabón Rey
y a golpes de manduco sacaba la mugre y la rabia
y las mandaba tarde abajo
hasta que ropa y sábanas
quedaban listas para ser banderines
de la adultez y la feminidad.
Armaba mosquiteros.
Pilaba arroz.
Dibujaba la "a" y la "e" en la tierra.
Cantaba con los niños la sombra y
el chontaduro, maduro.
En una demostración de fuerza,
(pura y física descripción indirecta)
cargaba troncos de tú a tú con los compañeros,
abría huecos, amarraba y clavaba tablas.
Buscábamos
Un lugar con techo
para resguardarse de la lluvia.
Un lugar con un fogón
para hacer café y secar hojas de tabaco endulzado.
Un regalo de Dios
ante las linternas de media noche
y las lluvias que amenazaban con replicar el diluvio universal.
III
Los días caminaban al paso de cigarrillos
que pretendían ser lo que un campesino medía
con "medio cigarro de distancia".
Fueron realmente
diez
(los que fumé hasta donde estaba el cuerpo)
tres
(mientras la negrita lloraba y la abuela la sostenía)
cinco
(mientras miraba a la autoridad estatal
decirme sin pizca de rubor
que ese accidente,
que el tractor dando reversa
y el tipo justo debajo de la rueda,
no había sido un asesinato;
que esa gente no sabía
del funcionamiento de los tractores,
apenas si sabían firmar por los muertos
y eso.
Que mejor pensara en volver a la Universidad
porque la cosa estaba muy complicada por ahí
no fuera que algo me pasara
y que ellos no podían cuidar a todo el mundo, fíjese).
Pienso que nunca me dio miedo,
excepto en la noche
en que la rata se me metió a la carpa;
que no lloré mientras ponía en escena
rituales inventados, grabadora en mano,
documentando las formas,
las razones,
de la cosificación, del horror,
de la ternura de la humanidad.
Quién diría
de las bondades de la cajetilla de Caribe
fuera de la casa.
Compartir el humo tibio,
el roce de los dedos mientras
el puchito pasaba ida y vuelta entre las manos:
giro irónico vital que
te permitía respirar.
IV
A veces vuelven:
la tortuga ahogándose (probablemente de risa)
cuando achicábamos la panga
ritmo y melodía hechos persona
empeñados en que yo lograra bailar
un vallenato de baldosa
los dientes blanquísimos sonriendo en la tarde
el aguadulce después de la jornada de trabajo
el orégano machacado para las infecciones
la risa por el murciélago
que nos mantuvo despiertos toda esa noche.
El cariño...cuidándome
como hubiera pretendido un fusil.
Hoy está, en todo caso,
esta de los recuerdos dormidos
y las temporalidades mezcladas,
de la memoria muscular alérgica
a demostraciones de ternura,
o del gesto fijo cuando
la mandíbula en tensión
y el juego con los dedos
anticipan toda clase de aguas.
Esta que soy,
que aún sin olleta pone el café,
ritualiza las miradas,
separa gestos de palabras,
acoge todas las historias.
Esta que fue y no.
Sin culpa.
Sin dolo.
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