Gutter

A veces me pregunto cuántos versos se habrán perdido 
mientras barro o termino de colgar la ropa. 
Cuántas de las ideas que nacen en el intersticio que hay 
entre una tarea finalizada y otra, 
entre aspirar pelos en el sofá y lavar el baño
terminan diluyéndose en el agua 
con la que enjuago el trapero.

Lo contrario también pasa.
Las plantas se secan
mientras esperan que yo termine un párrafo, 
la ropa requiere una segunda lavada después de su estadía en la lavadora 
durante todo el olvido que da sentarse 
frente a papel, pantalla o linóleo.

Las opciones se reducen.
Lo que era el universo ahora es
-si mucho-
un cuarto lleno de libros por leer,
el camino a la cascada una vez cada tres meses,
un puente amarillo que recuerda a Stomp.

Si canto, queda en un cajón la aguja de frivolité
si mezclo moras, azúcar, canela y brandi
ya no existen por varias semanas 
lugares sin el blanco del polvo.

Ayer, por ejemplo,
olvidé el tiempo
y por semanas, años, milenios,
atrapé el silencio
subió el sonido
deshizo vidrios y cadenas
resquebrejó paredes.

A los cinco minutos supe de mi error.
Plantas secas
páginas sin leer
moras con pelos blancos
la capa de polvo
los pelos en el suelo
navetas olvidadas
ropa con olor a moho
y el mandato de peinarme,
empolvarme,
y vestirme con el buso cuello tortuga
y el pantalón 
de siete botones
esperándome fuera de la ducha.

Es simpático que el espacio entre una viñeta y otra
se llame "calle" (gutter).
Al fin y al cabo todo sucede ahí,
todo se olvida ahí.


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