Necesito escribir. Dejar que la tinta, el grafito, el código en la pantalla, me dejen gritar sin hacer el escándalo que merece esto que no sé si es una muerte, un renacimiento, la vida cotidiana o un traspiés. Tengo agolpada una rabia de generaciones y generaciones de mujeres bondadosas, dulces y duras y dignas. Corro con una fuerza que viene del centro de la tierra, con plena conciencia de la futilidad de la acción. Sudo y elimino, junto con las toxinas, el dolor de enamorarse mal, de estar sola en la maternidad, de que la red sea frágil y lejana, de los lazos que no son. El sol y el viento me hacen sentir unas alas que no están realmente ahí, pero que me sostienen -junto con esta susesión de letras- en cada paso.
Me pregunto sobre la necesidad de algunas situaciones, y termino pensando que con razón nos inventamos la religión: con esta anomalía genética que es la especie humana, tiene que venir un contrapeso que no nos deje tan a merced del vacío y el azar. La pregunta por la existencia es ya de por sí pesada, pero si a la existencia le añadimos los apellidos (sexo, locación, estrato económico, posibilidades académicas, sociales, culturales) el asunto adquiere unas dimensiones de broma sádica nivel multiversos. No hablemos de preferencias sexuales, género, gustos y demás. Eso ya es puro gusto por el drama.
Elijo no pensar. Uno piensa en los ratos en los que está más o menos desocupado y la cabeza se desordena. Es más fácil semipensar (y en eso tiene razón Sanín) en clave de meme. Lugares comunes para evitar construir lo que sea que viene de complejo del cuerpo. Es que hasta el hambre es compleja comparada con un perrito en un recuadro con una frase recortada de algún lado. No digo que no haya algo de creatividad en el meme, por supuesto, algo hay. Pero nunca será ni el 3% de la creatividad que hay en un dibujo de tiza en la acera.
Ese romanticismo es de mamá y papá. Lo siento por mi que me ha tocado ajustar el corazón a golpes a esta vaina posmoderna de sociedad. Dice por ahí una frase que el acero a golpes se endurece, pero yo lo que voy viendo es que estoy cada vez más clara y más leve. No es más dura, no es más fuerte y resistente. Es todo lo contrario. Como que cada golpe me va regresando a un estado original de presencia y aceptación. No una forma cristiana, sino más bien como la de la tierra, que se seca o se humedece y bien puede dar vida o matarlo todo, ser negra, o roja o gris o casi blanca y sigue siendo y seguirá hasta el fin del mundo.
Un día esto será muchos textos. Hoy es uno solo e incongruente.
Va y esa es la magia de traducir. Vuelvo mío (y sí, por un ratito) el grito ajeno y le doy marco y estructura al sentir. Luego viene lo propio que es (eso sí) una reescritura. Lo propio es ajeno y lo ajeno es propio. Como la vida. Como el dolor. Como el cansancio.
Den gracias a Moby. Y a la rótula rótula materna.
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