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Mostrando entradas de junio, 2025

Última carta en forma de avioncito.

Un poco triste, aliviada, triste , respirando, triste , caminando, triste , mirándote, en alquimia, triste , tu (mi) amor

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Hoy es la tercera vez que el colibrí me visita. No tengo idea de qué signifique. Viene y me mira mientras escribo, escucho música, mientras trabajo. No veo qué lo pueda atraer. Peligros, quizá: un gato, dos perros, un mate. ¿Qué le puedo ofrecer yo a un colibrí? Las plantas no florecen en esta casa y el alpiste es de las tangaras y las palomas. No entiendo. Presiento que no importa.  

Creación

Si fuera cierto que yo soy la sacerdotisa, la bruja, la diosa madre, me dedicaría a dar vida a lo salvaje. Y, mientras va girando el torno, amasar el cuenco, la forma precisa para guardar las bayas de tuno esmeraldo creciendo en mi jardín. Crear constelaciones de tinturas y acuarelas. Tomar el barro entre las manos, dar el soplo, hacer la palabra. Pero es esto: un teclado y una pantalla. La tranquilidad de una sola línea azul.  

El modo católico de la vida.

I. Retengo. Acumulo. Es el modo católico de vida. Dejar el dolor entre el baúl para que las despedidas  sean apropiadas. II.  La verdad es que el agotamiento es estructural. ¿Y si lo borro todo? ¿Alguien para ir al río? ¿Más bien una polita? III. Necesito el grito. Tan literal como suena. Tan poco lírico. Así que sí. Prefiero escribir  mala poesía.

El problema es cargar con deudas ajenas

El problema es cargar con deudas ajenas. Heredadas, noventa de cien Propias por contexto, otras cinco por estupidez irrenunciable, las que faltan. "Hasta que la necesidad resulte bella" Más bien, Wittner,  -a pesar de -con el lastre de -mientras lloras por o mientras lo ignoras o te lo amarras a la espalda lo dejas a buen resguardo y vuelve a ti sin abandonarte. No me malentiendas por lo regular no tengo lío con hacerme cargo de o con dejar de lado mi... Pero es que esta necesidad tiene sabor a mierda (a veces) y la belleza se me escapa del teclado. La rabia aflora,  y no tiene que ser bella la vida, ¿no? Se me secan las plantas, abandono amores, me dedico a... No tiene que ser bello y aun así,  lo puedo escribir.

Carta (ya más centrada) pt. 3.

Como nos da rabia lo cotidiano,  te voy a decir: taza, escoba, lejía, sopa. A ver qué haces con eso. 

Cartas entusadas pt. 2

Acabo de caer en cuenta de que vos querías que renunciara a algo para ser digna. ¿Digna de qué mierdas?, te pregunto. Siempre ese tira y afloje, buscándome la liviandad. Te la presento: Mi desborde es escribir dramáticamente, sin mayor profundidad, esto. No voy a dormir en una residencia tres días. No voy a perder (la) conciencia ni cantar a José Alfredo en el centro. No voy a darle un billete -de ninguna denominación- a tu fantasía. No voy a caer en un hoyo de deuda por vos. Buscale la caída al ciego, a ver si te cae un bastonazo, digo yo. No entiendo la necesidad de desear la indignidad -la que sea- mientras citás a Beauvoir. Andá más bien y revisá si las cucarachas debajo de la cama o tu casa cerrada siguen apoyándote la inseguridad, cubriéndole la espalda al terror de una buena llovizna después de una tarde de sol.

Cartas entusadas pt.1

Entre el bajón de azúcar que me da esta hiperexigencia con la que apago los deseos, y la pereza de levantarme a hacer cosas que ensucien la loza que voy a tener que estar lavando, invariablemente, durante el día... Estás vos. Escondido entre el análisis de Huyssen y el archivo de Derrida y Ricoeur, metido entre un sacudón y otro a las sábanas de mi cama, o incluso en el proceso de caída de ciertas hojas, ciertas flores, ciertos árboles. Me dan ganas de llamarte y gritar: “¡Eres un imbécil con ínfulas!” Cuando ambos sabemos que es un poco lo contrario, y que es más bien la pereza, y el cansancio, y la claridad de una que otra imposibilidad.

Palabra que florece

A veces, la palabra florece en negativo. Entra, escrupulosamente, en dimensiones  en las que solo había, por ejemplo, un lápiz, un reloj.  Hace de la luz sombras, y permite un matiz que se desliza por las paredes al atardecer. Como el agua, le da a los sonidos hondura  y a algunos calendarios, los convierte en papel.  Palabra que florece no es menos que un bosque, Vida.  Susurro que habita, para siempre, en mí.

No tiene sentido la autoficción

Me dices "No tiene sentido la autoficción", mientras me hablas de tu ida  a una casa funeraria, de los muertos y sus huesos rotos, de los maquillajes y las vísceras. Se te olvida que tienes mi manuscrito  en el mesón de la cocina, aunque con semejante juicio no te lo voy a recordar. Tampoco voy a decirte que no existe literatura sobre el otro, que ni siquiera hay lenguaje ajeno, y que con semejante argumento ha habido siglos y siglos  de ausencia femenina en galerías, museos, imprentas, bibliotecas. No me atrevería a preguntarte  las razones por las que reiteras  cabarets, muertes, viajes... Es apenas admisible el tropo  de la cuidadora, de las tres viejas, de la que en Lesbos hacía ofrendas. Es el ojo adentro, y Freud  afuera. 

Tierra Negra

Mientras los imperios se caen, mientras el óxido acaba con rieles e imprentas, mientras camisas blancas caminan blandiendo odios... hay sinapsis. Los cloroplastos hacen de la luz savia, y las mandíbulas de los cucarrones convierten desechos en tierra negra. Con impaciencia —casi sin saber cómo— reinventamos el saludo y el abrazo. Intentamos acompasar caminos, equilibrar el peso entre piedra y piedra: danzar al son de la coral al amanecer. Reventamos las formas y la etiqueta para rehacerlas como antes, sin darnos cuenta. ¡El modo de los humanos es tan lento! Quién sabe en qué va a quedar esta negociación, cuánto de verde, rojo y negro quieran desaparecer de nuestra lengua (como si pudieran borrar la memoria), si vamos a lograr jugar soñar reconstruir a cuatro, ocho, veinte, mil manos el lazo y el tejido. Queda la esperanza de querer amar  —hoy, en este mundo— a las guaduas en el río, al escaramujo en el mar.

De dragones y batallas.

Hay historias que se cuentan con un "había una vez", que requieren de toda la fantasía posible: dragones y batallas épicas para existir. Están también  las de las seis de la mañana, que empiezan con un café y se deshacen entre el humo del bus y el bochorno del mediodía. Ninguna es esta,  que me hace sentarme a escribir y replantearme principios y finales, las curvas del argumento, y sí, más bien, cambiar el hacer por el ser. Featuring Nicanor Parra : -Antipoesía eres tú-

Qué suerte

Que arda todo. Que todo se queme. La bondad, que la contengan Bella y Blancanieves. Como si no supieran que estos baúles contienen recetas para molotovs y capuchas anti lacrimógenos; el conocimiento del lugar exacto en el que la mano abierta apaga la conciencia, y del doblez del codo que impide el retroceso después de la explosión. Leemos con cuidado las treinta historias que conocemos mejor que sus protagonistas. Y qué suerte: elegimos  el dibujo de las flores para las sabanitas, los lápices para escribir poemas, las medidas para hacer el dulce de café, Qué suerte. Repítelo: Qué Suerte.

Nueve de Junio

Hay una cuestión con el amor, y es que no se acaba.  Uno va por ahí amando, tan campante. Hermanos, novios, amigos, abuelas, tías, primas, pájaros y árboles... se da cuenta que ama uno hasta las piedras y el río. Tormenta - a veces- imperceptible -las más-. Pero hay formas del amor que aún en el desgaste  prosperan: Filas de hormigas que entre hojas y palitos  llevan promesas de un bosque a sus espaldas.  Amores, que de tan hondos, se vuelven desconocidos, hasta que ve uno por ahí alguna especie antigua que reconoce como propia: El ojo de la ballena mirándote con curiosidad. No importa si vos decides que tu palabra  se demora en volver a tomar el té. Está bien.  Mi sangre y la tuya ya tienen sus acuerdos, y mi amor, manatí en el río, rosa y sextante acompasa tu andar. 

Ft. 1980.

Como si no fuéramos expertos en las mil y una noches de la violencia narcopolítica. Como si trescientos años de historia no imprimieran el miedo y el odio en la memoria. Como si desconociéramos al autor intelectual del incendio del Palacio, de los asesinatos de periodistas y presidenciables, de los niños que “no estarían recogiendo café”. Nos sorprendemos. Elegimos no ver la recurrencia del método: el sicario, el carro bomba, la descalificación tibia del oponente. Porque somos gente de bien, ante todo. Académicos. Grandes lectores. Los elegidos de la post verdad. Pensamientos de sábado en la noche, digo yo. Pero bueno, nací en los ochenta. Qué voy a saber.

《致木棉》(Zhì Mùmián) /A la ceiba - versión libre- (Shu Ting)

Imagen
Si te amara no sería como la pasiflora  subiendo por tus ramas para exhibirse; si te amara, no imitaría al jilguero que canta monótonamente bajo la sombra verde; Tampoco sería como el manantial que todo el año brinda calma y frescor, ni como el risco, que aumenta tu altura, resaltando tu majestad. Ni siquiera como la luz del sol o la lluvia de primavera, ¡no, no sería suficiente! Debo ser, a tu lado, como la ceiba, como un árbol, de pie junto a ti, compartiendo tu forma e imagen. Las raíces enlazadas bajo la tierra, las hojas acariciándose en el cielo. Cada vez que el viento sople, saludarnos sin que nadie entienda nuestra lengua. Tú, con tus ramas de bronce y tu tronco de hierro, cual forja ancestral; yo, con mis flores encendidas, densas como un suspiro, ardientes como una antorcha. Juntos, ante el frío, el viento, el trueno y el relámpago, compartiendo niebla, llovizna y arcoíris. Así nos veamos separados, somos una sola vida. Es este el amor verdader...

Después de la floración

Después de la floración, de los frutos brillantes y naranjas, hay un periodo un poco más silencioso, no tan radiante, lo contrario, tal vez. Los días dejan de ser calientes; hay una lluvia lenta, con periodos de sol. Pero si levanto la mirada un poco, me doy cuenta de que el cambio está ahí: hay un verde más claro, brotes minúsculos, hojas de un esmeralda pálido, donde el fruto cayó, y la euphonia se posa, —su canto en si bemol .

Todo en el universo busca el equilibrio.

Todo en el universo busca el equilibrio. Cuando estás a mi lado, millones de hojas se caen, las cosechas se marchitan y empiezan pandemias que arrasan con especies aún desconocidas. Cuando te vas, vuelven los cafés, y en el mercado los olores cítricos y dulces se prenden del pelo de muchachas con faldas tan suaves que nos hacen preguntarnos si fue cierto el fin de la poesía. En mí, siempre, está este bibliotecario intentando darle orden a semejante despropósito, al frío polar que amenaza con dejarme sin los dedos de los pies cuando vuelve tu recuerdo, y a la sensación de sol y río en la piel, cuando te pierdes. Tu existencia, como verás, es una imposibilidad. Y tú, inconsciente, como si jamás hubieras leído a Jane Austen, acaparas brote e incendio.